Cinco años después
Cuando lo inesperado ocurre, la sensación de incredulidad lo invade a uno. La peor de las pesadillas se materializa de modo cruel. Lo evidente y palpable, es rechazado por nuestro interior.
El martes 9 de setiembre del 2001, cumplía cuatro meses de haber llegado a los EE.UU. Era, tal vez (no puedo hacer un prodigio de memoria), un día como hoy, otoño anunciándose con suaves vientos acariciando las calles de la ciudad y temperatura agradable.
Me parece que eran las nueve y media, cuando el hijo de mi cuñada bajó anunciando, en tono neutral y sin apremios: "Mi tía Martha llamó, dice que están atacando Manhattan". Encendió el televisor, para ver la imagen repetida del segundo avión estrellándose contra la torre sur. Quedamos pasmados. Helados. Sin reacción.
Vinieron a mi mente las imágenes perdidas en un rincón de la memoria del atentado de la Calle Tarata. Tanta crueldad, otra vez.
Una hora más tarde una montaña de escombros, tan alta como un edificio de seis pisos, quedaba de lo que habían sido un orgullo de la ingeniería norteamericana. En un segundo intento Osama bin Laden y sus huestes, tumbaron uno de los íconos más representativos de los EE.UU.
Debajo de una densa y oscura nube de polvo, cientos de miles de personas deambulaban, grises espectros, sin alcanzar a entender lo que había ocurrido.
La confusión reinante era tal, que cuando uno de los bomberos sobrevivientes comunicó su posición: "Estoy en la escalera B de la torre norte". Escuchó incrédulo, que alguien preguntaba:"¿Dónde está la torre norte?". Felizmente para él y su grupo de colegas, lograron salir gracias a un rayo de luz solar que se filtró entre los escombros.
Durante todo el día el Canal de Historia, asi como toda la televisión norteamericana, hicieron remembranzas, recuentos, reportajes e informes especiales de aquél infausto día.
A pesar de todo me queda algo rabia e inconfomidad. Cinco años después, el autor intelectual está libre, medrando en algún lugar del Asia Menor. Libre para amenazar y hacer temblar a los poderosos. ¿Están los EE.UU. más seguros que antes? De los 19 secuestradores, ninguno era afgano ni iraquí. El vínculo entre Saddam Hussein y al-Qaeda no existe, lo mismo que las tan mentadas armas de destrucción masiva.
El martes 9 de setiembre del 2001, cumplía cuatro meses de haber llegado a los EE.UU. Era, tal vez (no puedo hacer un prodigio de memoria), un día como hoy, otoño anunciándose con suaves vientos acariciando las calles de la ciudad y temperatura agradable.
Me parece que eran las nueve y media, cuando el hijo de mi cuñada bajó anunciando, en tono neutral y sin apremios: "Mi tía Martha llamó, dice que están atacando Manhattan". Encendió el televisor, para ver la imagen repetida del segundo avión estrellándose contra la torre sur. Quedamos pasmados. Helados. Sin reacción.
Vinieron a mi mente las imágenes perdidas en un rincón de la memoria del atentado de la Calle Tarata. Tanta crueldad, otra vez.
Una hora más tarde una montaña de escombros, tan alta como un edificio de seis pisos, quedaba de lo que habían sido un orgullo de la ingeniería norteamericana. En un segundo intento Osama bin Laden y sus huestes, tumbaron uno de los íconos más representativos de los EE.UU.
Debajo de una densa y oscura nube de polvo, cientos de miles de personas deambulaban, grises espectros, sin alcanzar a entender lo que había ocurrido.
La confusión reinante era tal, que cuando uno de los bomberos sobrevivientes comunicó su posición: "Estoy en la escalera B de la torre norte". Escuchó incrédulo, que alguien preguntaba:"¿Dónde está la torre norte?". Felizmente para él y su grupo de colegas, lograron salir gracias a un rayo de luz solar que se filtró entre los escombros.
Durante todo el día el Canal de Historia, asi como toda la televisión norteamericana, hicieron remembranzas, recuentos, reportajes e informes especiales de aquél infausto día.
A pesar de todo me queda algo rabia e inconfomidad. Cinco años después, el autor intelectual está libre, medrando en algún lugar del Asia Menor. Libre para amenazar y hacer temblar a los poderosos. ¿Están los EE.UU. más seguros que antes? De los 19 secuestradores, ninguno era afgano ni iraquí. El vínculo entre Saddam Hussein y al-Qaeda no existe, lo mismo que las tan mentadas armas de destrucción masiva.
¿Y aquí en EE.UU.? El rechazo a la invasión a Iraq (leáse lucha mundial contra el terror), crece. Y los afectados por el huracán Katrina, un año después, se encuentran en absoluto desamparo. Y Bush insiste, justifica.
¿No sería mejor utilizar esos fondos destinados a sostener la intervención militar en Iraq y Afganistán, en el asolado estado de Mississippi?
1 Comments:
Cuando vi la película reportaje de Moore no tuve palabras. De otro lado ayer me enteré que H. Clinton parece que va por la candidatura. Cosas de la política, al final sólo es un juego de titeres en manos de unos cuantos desafortunados.
Me gustó tu blog :)
Un saludo,
Yanina
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